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QUERUBIN

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QUERUBIN

Guardianes puestos al este del Edén para impedir que Adán y Eva pudieran llegar al árbol de la vida después de su caída y expulsión del paraíso (Gn. 3:24).
Cuando se construyó el arca del Tabernáculo, se pusieron dos querubines formando una sola pieza con la cubierta o propiciatorio, dispuestos cara a cara, uno a cada extremo, y cubriéndolo con sus alas (Éx. 25:18-20; 37:7-9; véase PROPICIATORIO). Eran un símbolo de la presencia del Señor y de la distancia que lo separa del pecador; su gloria se manifestaba entre los querubines (Lv. 16:2). Dios moraba así en medio de Su pueblo; Jehová estaba presente en el Tabernáculo para recibir la adoración (Éx. 25:22; Lv. 1:1; véase TABERNÁCULO). Son numerosos los pasajes que hacen alusión a la presencia de Jehová entre los querubines (Nm. 7:89; 1 S. 4:4; 2
S. 6:2; 2 R. 19:15; Sal. 80:2; 99:1; Is. 37:16).
Había figuras de querubines bordadas sobre los

tapices del Tabernáculo (Éx. 26:1). El Templo de Salomón, mucho más espléndido, tenía dos gigantescos querubines. Su altura era de 10 codos, o casi 5 m., y la envergadura del arco formado por las dos alas era de 10 m. Estos querubines, de madera de olivo, estaban cubiertos de oro (1 R. 6:23-28; 8:7; 2 Cr. 3:10-13; 5:7, 8; He. 9:5). Había
querubines, además de palmeras y flores abiertas, esculpidos alrededor de los muros del Templo (1 R. 6:29).
A orillas del Quebar, Ezequiel tuvo una visión de querubines. Cada uno de ellos tenía cuatro rostros y cuatro alas (Ez. 10:1-22; cfr. 9:3). Estos querubines parecen idénticos a los cuatro seres vivientes que el profeta había visto anteriormente; los cuatro rostros eran: de hombre, de león, de buey y de águila (cfr. Ez. 1:5-12 y 10:20-21). Los querubines eran portadores del trono de Jehová (Ez. 1:26-28; 9:3).
El apóstol Juan da, en Apocalipsis, la descripción de cuatro seres vivientes con rostros semejantes a los de estos cuatro querubines (Ap, 4:6, 9).
Los asirios y otros pueblos semíticos hacían representaciones de criaturas aladas simbólicas, especialmente de leones y toros alados que guardaban las entradas de sus templos y palacios. Los egipcios ponían también seres alados en algunos de sus santuarios. De los hititas se han descubierto animales fabulosos, como esfinges de cuerpo de león y cabeza de águila. Un trono del rey Hiram de Biblos estaba soportado por dos criaturas de rostro humano, cuerpo de león y grandes alas. Estas representaciones híbridas aparecen centenares de veces en la iconografía del Asia occidental desde remotas épocas. Así, la arqueología documenta la transmisión de una tradición que indudablemente tuvo su origen en los albores de la humanidad, y cuyo verdadero sentido ha quedado registrado en las Escrituras. (Véanse también ÁNGEL, DIABLO, PROPICIATORIO.)