AGUA
En Oriente es uno de los presupuestos más importantes de la vida. El agua en la Sagrada Escritura significa dicha y seguridad (Ez. 47:1). El israelita se dirige a Dios como a la fuente de agua viva (Jer. 17:13), en cuya cercanía el piadoso puede vivir (Sal. 1:3; Jer. 17:8); también Jesús se llama a sí mismo agua viva (Jn. 4:10, 13 s); quien cree en Él, se convertirá asimismo en fuente de vida (Jn. 7:37 s). El agua que se vierte o que pasa corriendo son símbolos de la vanidad de la vida y de su caducidad (Sal. 22:15; 2 S. 14:14). El hombre pecador se traga los pecados como quien bebe agua (Jb. 15:16).
En hebreo, la palabra «agua» se usa siempre en plural («mayim»). Las aguas cubrieron la tierra en el caos primitivo (Gn. 1:2), y después, cuando
Dios las separó, quedaron las aguas superiores o del cielo (Gn. 1:7; 7:10; Sal. 148:4) y las inferiores (Gn. 1:6). El agua también aparece en la Escritura en las múltiples formas como existe en la tierra:
el agua del mar (Is. 11:9; Am. 5:8), de un río (Jos. 3:8),
de un estanque o de un pozo (Jn. 4:7), agua de lluvia o de nieve (Jb. 24:19),
de una fuente (Stg. 3:11); el agua dulce es llamada agua viva o corriente (Gn. 26:19; Lv. 14:5).
Son notables las aguas del Diluvio (Gn. 7:7; Is. 54:9; 1 P. 3:20; 2 P. 3:6).
En Palestina, como en la Antigüedad, el agua era de mucho valor; así, cada uno se preocupaba de tener su propia agua, y los extranjeros y los pobres tenían que comprarla (Nm. 20:19; 2 R. 19:24; Is.
55:1; Lm. 5:4; Pr. 5:15; 9:17). El agua de las fuentes era libre. El agua se empleaba para el riego de la tierra (Ez. 17:7; Sal. 1:3; 65:10; 104:10). Así como para lavatorios higiénicos religiosos.
Algunas expresiones del hebreo son difíciles de traducir al castellano, pero pueden ser interpretadas así:
«agua de cabeza» significa agua de dormidera;
«agua de las rodillas» quiere decir orines (Is. 36:12).
En sentido figurado se le llama agua a un peligro de muerte (Sal. 18:17; 32:6; Jb. 27:20); también al desaliento se le llama aguas (Jer. 7:5).
El agua es un símbolo de limpieza espiritual, pero nunca puede regenerar por sí sola. Los hebreos la usaban en las abluciones, que eran bastante frecuentes. La secta de Qumram practicaba estas abluciones varias veces al día, ciñéndose estrictamente a las prescripciones del ritual de la ley de Moisés. Juan el Bautista practicó el bautismo para perdón de pecados, precursor del bautismo cristiano, que es bautismo de creyentes y que sigue a la fe, porque el agua no puede lavar los pecados si no hay arrepentimiento previo.