PEDRO
(lat. «Petrus», del gr. «Petros»: un trozo de roca, un canto rodado, en contraste con «petra», una masa rocosa; cfr. «petra» en Mt. 7:24, 25; 27:51,
60; Mr. 15:46; Lc. 6:48, donde se menciona como fundamento seguro; véanse los artículos PIEDRA y ROCA en el «Diccionario Expositivo de palabras del Nuevo Testamento» de W. E. Vine). Cristo dio a Simón, el hijo de Jonás, el sobrenombre de Cefas (forma aramea, cfr. Jn.
1:42; 1 Co. 1:12, etc.) al encontrarlo por primera vez. Simón, su hermano Andrés, y el padre de ellos, Jonás, estaban asociados con Zebedeo y sus hijos, todos ellos pescadores del lago de Genesaret (Mt. 4:18; Mr. 1:16; Lc. 5:3 ss.). Simón Pedro, originario de Betsaida (Jn. 1:44) pasó a residir en Capernaum con su familia (Mt. 8:14; Lc. 4:38).
Pedro, que muy probablemente era discípulo de Juan el Bautista, fue presentado a Jesús por Andrés, hermano de Pedro (Jn. 1:41, 42). Andrés era uno de los dos discípulos de Juan el Bautista que oyeron la declaración de que Jesús (que volvía de su triunfo sobre la tentación en el desierto) era el Cordero de Dios, el Mesías (Jn. 1:35-41). Jesús discernió rápidamente la naturaleza de Simón, y cambió inmediatamente su nombre por el de Cefas (gr. «Petros», ver primer párrafo más arriba).
Pedro, al igual que los primeros discípulos, recibió tres llamamientos de su Maestro a que viniera a ser Su discípulo (Jn. 1:40; cfr. Jn. 2:2) a que lo acompañara constantemente (Mt. 4:19; Mr. 1:17, Lc. 5:10) a que fuera uno de los apóstoles (Mt. 10:2; Mr. 3:14, 16; Lc. 6:13, 14). Tuvo, ya desde el principio, un papel destacado entre los discípulos a causa de su fervor, de su energía e impetuosidad. Pedro se encuentra siempre encabezando las listas (Mt. 10:2; Mr. 3:16; Lc. 6:14; Hch. 1:13). Tres de los discípulos de Jesús eran amigos íntimos de Él: Pedro es nombrado en primer lugar (Mt. 17:1; Mr. 5:37; 9:2; 13:3; 14:33; Lc. 8:51; 9:28). Él es el portavoz de los apóstoles; el primero en confesar que Jesús es el Cristo de Dios (Mt. 16:16; Mr. 8:29), pero también el que intenta desviar a Su Maestro del camino del sufrimiento (Mt. 16:22; Mr. 8:33).
La vida de Pedro presenta tres etapas:
(a) En primer lugar el período de formación, expuesto en los Evangelios. En estos años de relación con el Maestro aprendieron a conocer a Cristo y a conocerse a sí mismos. La triple negación del presuntuoso apóstol puso fin a este período (Mt. 26:69 ss.; Mr. 14:66 ss.; Lc. 22:54 ss.; Jn. 18:15 ss.). Cuando Jesús se encontró con Sus discípulos en el mar de Tiberias, puso a prueba a Pedro haciéndole tres preguntas, y restableciéndolo después en el apostolado (Jn. 21:15 ss.).
(b) Al comienzo de los Hechos se expone el segundo período, durante el cual Pedro condujo a la Iglesia con audacia y firmeza. Llevó a los hermanos a reemplazar a Judas por un discípulo que hubiera conocido al Señor (Hch. 1:15-26). Después del derramamiento del Espíritu Santo, en el día de Pentecostés, Pedro explicó el sentido de este milagro a la muchedumbre de judíos reunidos
en Jerusalén (Hch. 2:14 ss.). Fue el principal instrumento en la curación del paralítico y se dirigió acto seguido al sanedrín (Hch. 3:4, 12; 4:8). Amonestó a Ananías y a Safira (Hch. 5:3, 8). El gran discurso que pronunció en el día de Pentecostés abrió a los judíos la puerta de la salvación (Hch. 2:10, 38). Pedro la abrió, asimismo, a los gentiles, al dirigirse a Cornelio y a los que estaban en su casa (Hch. 10), haciendo así uso de las llaves de que Cristo le había hablado (Mt. 16:19).
(c) El tercer período queda marcado por un trabajo humilde y perseverante revelado en las dos epístolas de Pedro. Una vez hubo echado los cimientos de la Iglesia, abandonó el primer plano, y trabajó desde la oscuridad para la expansión del Evangelio. Desde entonces, desaparece de la historia, y es Jacobo quien aparece dirigiendo la Iglesia en Jerusalén (Hch. 12:17; 15:13; 21:18; Gá. 2:9, 12). Pablo se dirige a los gentiles (Gá. 2:7); Pedro, apóstol de la circuncisión (Gá. 2:8), anunció el Evangelio a los judíos de la dispersión; dejó Jerusalén a Jacobo, y el mundo grecorromano a Pablo. La última mención que se hace de él en Hechos (Hch. 15) lo presenta en el concilio de Jerusalén, defendiendo que los gentiles debían ser admitidos en la Iglesia, y defendiendo asimismo la libertad evangélica, postura ésta que prevaleció. Pedro es mencionado en Gá. 2:11, a propósito del incidente de Antioquía; es posible que estuviera en Corinto (1 Co. 1:12) y en la ribera del Éufrates, o en Babilonia (1 P. 5:13). Acompañado de su esposa, prosiguió, sin duda, sus viajes misioneros (1 Co. 9:5). Finalmente, glorificó a Dios en su martirio (cfr. Jn. 21:19). Pedro nos es conocido sólo por las anteriores menciones y por sus dos epístolas, donde traslucen su humildad y tacto. Pedro respalda la autoridad de Pablo y Judas y exhorta a sus lectores a permanecer firmes en la fe que comparten con sus hermanos. Visto a lo largo de los Evangelios, de Hechos y de las Epístolas, el carácter de Pedro no se contradice nunca, este hombre de acción tiene los fallos propios de sus cualidades (Mt. 16:22; 26:69-75; Gá. 2:11), que son inmensas. El entusiasmo era consustancial a su persona. Transformado por el Espíritu de Cristo, Pedro se señala por su amor a su Maestro, por su caridad, y por su clara percepción de las verdades espirituales. La vida de este discípulo está repleta de enseñanzas. Sus escritos sondean las profundidades de la experiencia cristiana y alcanzan las más altas cumbres de la esperanza.
La historia no añade mucho a lo que sabemos de Pedro por el NT. Hay buenas razones para admitir la tradición que afirma que Pedro fue crucificado
en la época en que Pablo fue decapitado, hacia el año 68 d.C.. Jesús había predicho el martirio de Pedro (Jn. 21:19). No es imposible que hubiera sufrido el martirio en Roma. Su vida ha suscitado multitud de leyendas. Escritos apócrifos muy antiguos, debidos a los ebionitas (una secta herética que persistió entre el siglo I y VII d.C.), extendieron la leyenda de que Pedro había sido obispo de Roma durante 25 años. El examen atento de las fuentes de esta tradición y de su contenido no permite admitirla como historia.
Por lo que respecta al papel atribuido a Pedro por la Iglesia de Roma, se debe examinar qué es lo que realmente dice el NT acerca de ello:
(a) La interpretación de las palabras: «Tú eres Pedro…» (Mt. 16:18) es dada por el mismo apóstol. Hay solamente una roca fundamental: el Cristo. Los creyentes son las «piedras vivas» que vienen a ser edificadas sobre este único fundamento básico, y Pedro, el primer confesor del nombre de Jesús (Mt. 16:15-16), fue la primera de estas piedras individuales (cfr. 1 P. 2:4-6). El apóstol desarrolla el mismo pensamiento en Hch. 4:11-12. Pablo confirma esta enseñanza: Cristo es la piedra angular del templo espiritual del Señor; los apóstoles (en plural) y los profetas son su fundamento, sobre el que son edificados los creyentes (Ef. 2:20-22).
(b) Pedro jugó un papel histórico capital al abrir la puerta del Evangelio a los judíos el día de Pentecostés y a los gentiles en casa de Cornelio (Hch. 2:10; cfr. 14:27). Por otra parte, el poder de atar y desatar no le fue dado sólo a él, sino también a los discípulos (Mt. 16:19; 18:15-18; Jn. 20:23). Desde entonces, los cristianos proclaman, en todos lugares, el perdón de los pecados que Dios concede en Jesucristo (Hch. 10:43; 8:22; Ro. 10:9-13); cumplen la función de embajadores de Cristo (2 Co. 5:18-20), aportando vida, pero también muerte (2 Co. 2:15-16), porque quien los rechaza, rechaza al mismo Señor (Lc. 10:16).
(c) Pedro no vino a ser cabeza de la iglesia, ni
«vicario de Cristo». Si bien juega un importante papel en primer plano en el inicio de Hechos, después desaparece. En el concilio de Jerusalén él dio su consejo, pero fue Jacobo quien intervino de manera decisiva; la resolución final fue tomada en nombre de los apóstoles, de los ancianos y de los hermanos, inspirados por el Espíritu Santo (Hch. 15:7, 13, 22, 28). En el relato de Lucas, Pablo ocupa desde entonces el primer lugar, y Pedro es simplemente una de las tres «columnas de la iglesia» mencionadas en Gá. 2:9 (siendo, el mismo Pedro citado después de Jacobo). Está claro que la doctrina del NT es que sólo el Señor Jesucristo
resucitado es la cabeza de la Iglesia (Ef. 1:22; Col. 1:18), y que jamás rendirá Su sacerdocio, que es intransmisible (gr., He. 7:24).
(d) Además, Pedro no fue «obispo de Roma durante veinticinco años», no pudiendo haber sido un primer papa. Su muerte tuvo lugar alrededor del año 68, por lo que hubiera debido hallarse en Roma desde el año 43, lo que es imposible en base al NT. Escribiendo a los romanos alrededor de los años 57-65, Pablo hace saludar a treinta personas de su comunidad, entre las que no figura Pedro (Ro. 16); se trata de Priscila y de Aquila, y de la iglesia que está en su casa (cfr. Ro. 16:5). Pablo no hubiera escrito de esta manera (Ro. 15:20-24) si se tratara de una iglesia fundada por Pedro. Cuando Pablo llegó a Roma en el año 60, se encontró conque los judíos de allí no sabían nada del Evangelio, y otra vez Pedro no es mencionado (Hch. 28:15 ss.). Su nombre no figura tampoco en las Epístolas de la cautividad, ni aun en la Segunda a Timoteo, escrita poco antes de su muerte hacia el año 68 (cfr. 2 Ti. 4:16, que sería impensable de Pedro).
(e) Finalmente, Pedro, con todas sus cualidades y sus experiencias, ni era infalible ni tenía una autoridad superior a la de los otros apóstoles. En Antioquía, Pablo lo resistió cara a cara «porque era de condenar»; acerca de este incidente, Pablo habla de miedo a los hombres, de simulación, e incluso de hipocresía, y de un andar no recto ni conforme a la verdad del Evangelio (Gá. 2:11-14). Sin embargo, Pedro es una de las más grandes figuras, no sólo del NT, sino de toda la Biblia. Su vida entera fue consagrada al Señor desde el día de su llamamiento. Su ardor y celo por su Señor, su perseverancia, humildad, mansedumbre, su cuidado de la grey del Señor, su afán por predicar las buenas nuevas de la salvación de Dios, todo ello ampliamente testificado en las Escrituras, nos da una bella imagen del discípulo consagrado, y constituye una vida a estudiar y un ejemplo a seguir.