Santiago
En el cristianismo, la Epístola de Santiago (en griego antiguo, Ἰάκωβος), por lo general referida simplemente como Santiago, es una carta (epístola) del Nuevo Testamento. Los primeros manuscritos existentes, generalmente se datan a mediados y finales del siglo III.El autor se identifica como «Siervo de Dios y del Señor Jesucristo» y la epístola se atribuye tradicionalmente a Santiago el Justo.
CAPITULOS BIBLICOS DEL LIBRO DE SANTIAGO
Libro de Santiago | Libro de Santiago | Libro de Santiago |
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Santiago
¿Quien fue Santiago?
Algunos piensan que esta epístola fue escrita en respuesta a una sobre-apasionada interpretación de las enseñanzas de Pablo respecto a la fe. Este punto de vista extremo, llamado antinomianismo, sostenía que a través de la fe en Cristo uno estaba completamente libre de toda la ley de Antiguo Testamento, de todo el legalismo, de toda la ley secular, y de toda la moralidad de una sociedad. El libro de Santiago está dirigido a los judíos cristianos esparcidos entre todas las naciones (Santiago 1:1). Martín Lutero, quien detestó esta carta y la llamó “la epístola de paja,” falló en reconocer que las enseñanzas de Santiago sobre las obras como autenticación de la fe, no contradecían las enseñanzas de Pablo sobre la fe. Mientras que las enseñanzas paulinas se concentran en nuestra justificación con Dios, las enseñanzas de Santiago se concentran en las obras que ejemplifican esa justificación. El estaba escribiéndoles a los judíos para alentarlos a continuar creciendo en esta nueva fe cristiana.
Enfatiza que las buenas acciones fluirán naturalmente de aquellos que están llenos del Espíritu y cuestiona si alguien puede o no puede tener una fe salvadora, si el fruto del Espíritu no puede apreciarse en él, algo muy parecido a lo que Pablo describe en Gálatas 5:22-23. Santiago insiste, sobre todo, en la necesidad de probar la autenticidad de la fe por medio de las «obras», haciendo fructificar «la Palabra sembrada» en el corazón de los creyentes. A primera vista, parece contradecir las enseñanzas de Pablo sobre la justificación por la fe. Pero la diferencia entre ambos es más aparente que real. En efecto, siempre que Pablo habla de la fe, se refiere a «la fe que obra por medio del amor» (Gál. 5. 6), como una respuesta a la Palabra de Dios que compromete y transforma la vida del creyente. En este sentido, coincide perfectamente.
En último término, para ambos, la fe que justifica no es la fe «estéril», sino la que «va acompañada de las obras» y se manifiesta en ellas: «De la misma manera que un cuerpo sin alma está muerto, así está muerta la fe sin las obras». Por otra parte, cuando Pablo habla de las «obras» se refiere a las observancias de la Ley de Moisés, que los «judaizantes» consideraban necesarias para salvarse (Hech. 15. 1), mientras que el piensa en los
cristianos que hacen una profesión meramente verbal y exterior de su fe.
Y para el autor de esta Carta, como para Pablo (Rom. 13. 8-10; Gál. 5. 14), «la Ley por excelencia» consiste en el amor al prójimo. Por eso, con una
vehemencia que recuerda a los grandes profetas de Israel, Denuncia abiertamente las desigualdades y las injusticias sociales. Su juicio no es
menos severo cuando censura a las asambleas cristianas en las que se concede un lugar de privilegio a los ricos y se relega a los pobres. A fin de
combatir estas discriminaciones, él se hace eco de la enseñanza de Jesús. «¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino?».
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